Los medios de comunicación destacaron, el pasado junio (2019), el descubrimiento de un sistema solar con dos planetas que, dicen, tienen unas condiciones que permiten contener vida. La estrella alrededor de la cual orbitan, Teegarden, es una enana roja que está a una distancia de 12,5 años luz. Esto quiere decir que, si una nave consiguiera una velocidad próxima a la de la luz (300.000 kilómetros por segundo), tardaría 12,5 años en llegar. El descubrimiento se realizó desde el observatorio astronómico de Calar Alto (Almería).
Las enanas rojas son estrellas pequeñas y relativamente frías. Esto hace necesario que los planetas que optan a contener vida tengan que estar bastante cerca, para lograr una temperatura adecuada. Incluso podrían, afirman los científicos, contener agua. Pero ésta no es la única condición. Existen muchas más variables. La más importante es la estabilidad. En primer lugar, la del planeta potencialmente habitable. Esta situación tiene que durar mucho de tiempo, centenares de millones de años, para permitir la evolución temprana de la vida.
Pero la estrella también tiene que ser relativamente estable. El Sol lo es. Las enanas rojas, no. Lanzan llamaradas de radiación que pondrían en constante peligro los elementos vivos que contuvieran sus planetas. Los descubridores dicen que no han observado este fenómeno. Pero serían necesarios más estudios.
Otras variables tienen que ver con la propia estructura y características del planeta: una órbita invariable, unas oscilaciones de temperatura no demasiado grandes, la presencia de agua, que no se produzcan accidentes cósmicos catastróficos (choques brutales con otros asteroides, explosiones de supernovas demasiado próximas…).
Los planetas descubiertos son de una masa parecida a la de la Tierra y probablemente tienen una rotación sincrónica (como la de la Luna): tardan el mismo tiempo en rotar sobre su propio eje que en rotar alrededor de la estrella. Esto significaría que mostrarían constantemente la misma cara y, en consecuencia, medio planeta sería extremadamente caliente y el otro extremadamente frío. Solo quedaría una estrecha banda (la frontera entre una y otra mitad) con las condiciones mínimamente idóneas para la vida.
Hay un montón de científicos que creen que nuestro universo, incluida nuestra galaxia, está rebosante de vida, incluso de vida inteligente. Pero el astrofísico John Gribbin se muestra muy pesimista en relación al descubrimiento gradual de nuevos planetas, en un interesante artículo publicado a Investigación y Ciencia (noviembre 2018). No es que renuncie a la idea de la existencia de vida, e incluso vida inteligente, en el universo, sino que advierte que este fenómeno es muy improbable. Piensa que estamos solos en nuestra galaxia. La existencia de los humanos, y de su capacidad de conocimiento y de desarrollar alta tecnología, es fruto de un cúmulo de coincidencias que es muy difícil, por no decir imposible, que se vuelvan a producir. La Tierra y el sistema planetario alrededor del cual orbita son tan extraordinarios y excepcionales, afirma Gribbin, que podrían ser irreproducibles, al menos a escala galáctica.
Gribbin hace un breve repaso de la historia del universo, y especialmente de la Tierra: la formación de las estrellas; la evolución química y la síntesis de los metales, necesarios para que existieran planetas rocosos; la presencia del Sol en el tiempo y en el espacio adecuados, en la zona de habitabilidad galáctica, no demasiado cerca ni demasiado lejos del centro (entre 23.000 y 30.000 años luz); el nacimiento de la Tierra en la zona de habitabilidad planetaria (no demasiado lejos ni demasiado cerca del Sol); la formación de un campo magnético y el surgimiento de la Luna (que jugó un papel específico muy importante); la generación de agua y de una atmósfera; la aparición de la vida más simple relativamente pronto (1.000 millones años después); la larga historia entre este acontecimiento y la vida primitiva pluricelular (2.000 millones de años); los casi mil millones de años más de espera para que se produjera la explosión improbable hacia la diversidad y la complejidad, en medio de grandes catástrofes y extinciones; y finalmente, la llegada de los humanos y el desarrollo de una civilización.
Demasiadas casualidades, cree Gribbin, para sea un proceso frecuente y reiterado.
En fin. Como mucho, y con mucha suerte, los planetas como los descubiertos en Teegarden podrían contener arqueobacterias o quizás bacterias. Nadie, por ahora, puede saberlo. No descartemos encontrar vida celular más avanzada en la Vía Láctea. Y eso sería un descubrimiento sensacional. Pero no nos hagamos demasiadas ilusiones.