Un solo punto, tan pequeño, que mide menos que un átomo. Este es el inicio de todas las cosas, según las teorías cosmológicas más aceptadas. Y a partir de aquí empieza la larga historia de la materia y de la vida. Del Cosmos. Es el esbozo primigenio de la complejidad y de la inteligencia. Es el factor que conduce finalmente a una destrucción inevitable. A no ser que existan unas leyes, por ahora desconocidas, que vayan más allá de la física hoy aceptada y comprobada. Por ahora, no parece que haya nada que no convierta este mundo en una aventura fatalmente estéril y sin sentido.

El hecho de ser más pequeño que un átomo supera todas las posibilidades de imaginación. Resulta increíble y maravilloso. Mágico. Sabemos que un átomo se mide en angstroms y que equivale a 0,1 nanómetros, es decir 10-10 (0,0000000001) metros. Pero esto no nos dice casi nada. En un gramo de materia caben, más o menos, 1010 átomos, es decir un 1 seguido de diez ceros, 10.000 millones de átomos. Pero esto tampoco nos ayuda demasiado. En estas dimensiones, perdemos el sentido de las medidas. Un solo punto ortográfico (el de esta “i”, por ejemplo) podría contener un millón de átomos. En definitiva, los átomos son muy pequeños. Y están compuestos por partículas todavía más minúsculas y esmirriadas: los protones y los neutrones, constituidos por quarks, y que conforman su núcleo; los electrones que lo rodean, y muchas otras… Los misteriosos preones, si es que existen.

Así que, repito, todo viene de un punto más minúsculo que un átomo. Y de esto los físicos y los cosmólogos lo llaman una “singularidad”. En este estado, las cantidades que miden el campo gravitatorio, la curvatura del espacio/tiempo y la densidad de la materia son infinitas. La temperatura y la presión también son próximas al infinito. Algunos científicos también dicen punto cuántico, porque proviene del vacío cuántico. Pero de eso hablaremos más adelante.

En un primer momento, todo el universo estaba dentro de este punto. Contendía toda la energía y la materia potenciales que ahora conforman el cosmos que conocemos y aquel del cual todavía no sabemos nada. Incluidos, naturalmente, nosotros. Y esto pasó hace, como mínimo, 13.800 millones de años.

Pero ¿de dónde surgió este punto? De la nada. ¿Qué había antes? Sorpresa: nada. Quizás las leyes de la física. ¿Cuándo apareció? De hecho, no podemos hablar de un instante concreto ni de un antes, porque no había ni espacio ni tiempo. El modelo de Stephen Hawking, por ejemplo, no incluye un origen del universo como si fuera un nacimiento. El universo tiene límites en el pasado, pero no tiene un inicio preciso. No tiene origen en el tiempo, pero tampoco ha existido siempre. Parece contradictorio. Es contradictorio, caramba! Pero solo es aparentemente contradictorio. En palabras de Hawking, no tiene contornos ni márgenes. Es un universo que se autocontiene. No hay un origen en el tiempo. Simplemente, existe.

Pero el modelo de Hawking de un universo autocontenido no es posible sin una teoría de la gravedad cuántica, que no existe. Al menos, por ahora. Además, mantiene las preguntas básicas sin respuesta: ¿cómo aparecen las leyes físicas que los científicos pueden calcular? ¿cómo se configuró el marco cuántico que los científicos pueden comprobar? Einstein decía que aquello que hace más incomprensible el universo es que sea comprensible.

Para explicar estas sospechas, misterios y contradicciones aparentes, los físicos y los cosmólogos se han sacado de la manga una carta prodigiosa: el vacío cuántico, uno no-lugar donde rige la nada. O quizás alguna “cosa”: energía latente, olas electromagnéticas fluctuantes e incertidumbre. Se sabe que, en el mundo cuántico, reina la incertidumbre. Y la incertidumbre también afecta a la energía. En el mundo que nosotros conocemos, la energía se conserva siempre: no puede ser destruida ni creada. En el mundo cuántico, en cambio, la energía puede cambiar espontáneamente y de forma imprevisible. Y esto conduce hacia un escenario extraño, sorprendente y desconcertante: una partícula puede surgir de la nada y desaparecer a continuación. O no.

Estos fantasmas subatómicos son partículas puntuales, idénticas a las permanentes y reales, pero se desvanecen a los 10-21 segundos, y los físicos las denominan virtuales. Un tipo de tensión entre el ser y el no ser. El caso es que algunas partículas virtuales podrían adquirir vida al recibir energía permanente, y se convertirían en normales. Se supone que el vacío cuántico dispone de una inmensa energía asociada, con un potente efecto gravitatorio. Los físicos calculan que un centímetro cúbico de falso vacío pesaría 1067 toneladas, mucho más que toda la masa del universo. De la nada a un punto singular: la singularidad. Y la singularidad origina una gran explosión (big bang) y una inflación que permite la formación de un universo como el nuestro.

Si el comienzo del universo fue un acontecimiento cuántico, y nuestro cosmos apareció espontáneamente a partir de un punto virtual, podrían existir infinidad de universos, paralelos o no, fruto de las fluctuaciones cuánticas dentro del vacío. No se sabe, por ejemplo, porque nuestro universo contiene unas condiciones determinadas, inmensamente improbables, necesarias para conducir hacia la vida y la inteligencia. Algunos científicos, para explicar la existencia de esta singularidad tan improbable, sostienen que existen, han existido y existirán infinitos universos, la mayoría infértiles y, en consecuencia, verdaderamente inútiles. Y otros iguales o mejores que el nuestro.

¿Uno o infinitos universos? ¿Quizás un pequeño universo sumergido en uno de más grande, y así hasta el infinito? ¿Una gran explosión, en una permanente eclosión de grandes explosiones? ¿Universos burbuja dentro de una copa de cava de dimensiones infinitas, quizás conectados mediante agujeros de gusano? ¿Universos membrana? Según la teoría de las supercuerdas, una de las dimensiones no percibidas no estaría enrollada, sino extendida, y podría conectar, por atracción gravitatoria, este universo con uno de paralelo, muy próximo pero inaccesible. No se sabe, ni quizás se podrá saber nunca. Dejamos que los científicos trabajen e investiguen. Queda todavía mucho para descubrir.

Y mientras tanto, muchos filósofos y teólogos han perdido el tren. Dan vueltas alrededor del tema del vacío absoluto y de la nada, como si estuvieran dentro de un carrusel de feria. Pero no encuentran una salida. ¿Es el vacío cuántico un vacío absoluto? ¿Es un vacío creador de universos? Si así fuera, Dios podría ser el vacío cuántico. ¿Un Dios cuántico? Éste no es el Dios de las religiones.

Stephen Hawking creía que estas preguntas no tenían sentido. Para él, en este y otros muchos temas, la filosofía había muerto. “No se ha mantenido al corriente de los desarrollos modernos de la ciencia, y en particular de la física”, certificó en su libro titulado “El gran diseño”. Pero el cierto es que, hoy por hoy, los científicos tampoco tienen un suelo demasiado sólido, y confiesan honestamente que son incapaces de dar una respuesta definitiva. Desde el punto de vista teológico, el propio Hawking reconoce que toda la teoría sobre el vacío cuántico no resuelve definitivamente el problema de la existencia o no de Dios, sino que lo traslada cada vez más lejos.

Se trata de un espacio intelectual y metafísico en el cual está, sola, insondable y definitiva, la pregunta esencial que formuló Leibnitz: ¿Por qué existe algo en vez de nada?

Santiago Ramentol