No haremos la historia del teléfono móvil ni del inteligente (ver wikipedia), pero sí hay que recordar que los primeros, digamos, móviles sólo se utilizaban en los coches debido al volumen del aparato emisor/receptor. Este artefacto se conectaba, vía espacio radioeléctrico, con una o diversas (pocas) antenas y costaba un ojo de la cara. Después, se convirtió en un maletin que se podía colgar del hombro, como si fuera una bolsa de maquinaria fotográfica. Y algo más tarde, ya era un auricular enorme que, evidentemente, no se podía guardar en el bolsillo de la americana.
Todavía recordamos la imagen de Martin Cooper, con su primer Motorola DynaTAC, empresa de la cual era el máximo directivo, haciendo una llamada desde Nueva York. Era el 3 de abril de 1973. El teléfono (de primera generación) no se comercializó hasta el año 1984. Pasaba más de un kilo y su batería duraba una hora.
Hay ideas que valen el futuro. Alguien pensó que no hacía falta un aparato tan grande e incómodo, si en vez de disponer de un potente emisor y receptor, se repartían las antenas receptoras por todo el territorio, en el marco de pequeñas zonas integradas llamadas celdas. De aquí el viejo nombre de telefonía celular. Y a todo esto, hay que añadir la digitalización del sistema (segunda generación), y la diversificación del servicio, hasta el punto de convertir el aparato en un pequeño ordenador (tercera y cuarta generaciones). Y aquí empezó la revolución, hasta la actual quinta generación.
¿Puede pasar el mismo con el coche eléctrico?
En un libro publicado en 1971 (hace casi medio siglo), y titulado “Reportaje desde el siglo XXI”, dos periodistas rusos (entonces soviéticos), M. Vasiliev y S. Guschev, reprodujeron las entrevistas sobre el futuro hechas a los más avanzados científicos y expertos de la época. La obra, todavía hoy, es de lectura apasionante. A veces aciertan y a veces no. Como no podía ser de otro modo. Pero recomiendo especialmente el capítulo titulado “El automóvil del futuro”.
Dibujan un coche de un material plástico reforzado, con conducción automática, sin intervención humana, tal como ahora se empieza a diseñar. Cualquier cambio se indica mediante órdenes por voz, que los sistemas inteligentes reinterpretan. Sus prestaciones son muy parecidas a las previstas hoy en día, sobre todo por lo que hace referencia al sistema de seguridad, también inteligentes.
Pero aquello que llama más la atención es que no hay casi motor (ocupa un espacio ínfimo), ni depósito de gasolina (el coche es eléctrico) ni baterías. No lleva ruedas: levita. Permanece suspendido sobre una almohada de aire, o por la creación de corrientes de Foucault por interacción de los campos electromagnéticos creados entre la carretera y el mismo vehículo.
¿De dónde viene la electricidad? De la carretera, de la autopista o de la calle. Bajo el asfalto, se han colocado cables por los cuales pasa una corriente de alta frecuencia. El pequeño motor/receptor recoge la energía del campo electromagnético que crean los cables, y hace funcionar el coche sin restricciones ni necesidad de lentas recargas. Se pueden lograr velocidades de más de 200 kilómetros por hora por tiempo indefinido.
Ignoro si una tecnología de esta naturaleza es hoy viable. Si sería perjudicial o incluso letal para los peatones. No sé si hay alguna alternativa equivalente. O la habrá mañana. Imagino que requeriría una fuerte inversión en infraestructuras. Pero ¿y si pasa un fenómeno parecido al de los teléfonos móviles celulares? ¿Una carretera “eléctrica” que haga innecesarias las baterías (o las reduzca al mínimo), y elimine los puntos de recarga (las actuales gasolineras)?
Dejémoslo aquí.