Donald Trump, en su profunda impericia, ignorante y fanfarrona, quiso perpetrar un ataque en toda regla contra Irán. Quería bombardear instalaciones militares como respuesta a la destrucción de un dron. Pretendía demostrar que estaba (y está) dispuesto a todo. Hubiera podido originar una catástrofe mundial: política, pero sobre todo económica. Menos mal que se desdijo en 10 minutos. Los militares le explicaron que la guerra, hoy en día, va por otras veredas: el espacio cibernético.

No se sabe exactamente qué ataque cibernético se perpetró. Estas operaciones (habituales) son consideradas ultrasecretas. Podría ser un tipo de simulación, una señal leve, un aviso, una demostración de fuerza contenida, el ejemplo no consumado de una operación catastrófica que paralizara todo el país. Pero, en su máxima intensidad, estos ataques podrían ser demoledores.

La NSA (National Security Agency) es capaz de hacerlo. Está especializada al actuar en este campo de batalla global, sin fronteras. Su objetivo: interferir, interceptar y analizar todo tipo de comunicaciones en cualquier soporte tecnológico. Edward Snowden demostró que, mediante el uso de la tecnología más avanzada, la NSA espiaba todo el mundo: sospechosos e inocentes, grupos amenazantes o simplemente inofensivos, gobiernos amigos y enemigos. Todo archivado dentro de una serie de superordenadores interconectados. Un increíble banco de datos. Todo bajo control.

La guerra moderna se desarrolla en este nuevo espacio de conflicto. Fijaos bien: se trata de una guerra no declarada, que se practica las 24 horas del día todos los días del año. Se usa fundamentalmente para atacar los sistemas informáticos de cualquier país y proteger los propios, para penetrar en sus redes y obtener información de todo tipo (militar, política, económica…). También se usa para desmontar y/o para infectar las redes con desinformación (rumores, falsedades, intoxicación, propaganda…).

El presidente Putin sabe mucho de esto. Parece que su NSA está formada por varias empresas estatales secretas, algunas enormes y otras pequeñas (gestionadas por exhackers), que navegan en el anonimato, y que dependen finalmente del FSB (Servicio Federal de Seguridad), la agencia sucesora de la KGB. Parece que buena parte de la primitiva FAPSI (la Agencia Federal de Comunicaciones) también se integró en él.

Una de las armas más efectivas son los virus. La NSA inyecta virus muy potentes al ciberespacio: virus de vigilancia y virus de control y ataque. Los virus de tipos “Carnivore” actúan sobre las redes, interceptan toda la información que pasan por los servidores generales (correos electrónicos, webs, etcétera), y filtran los datos mediante algoritmos muy complejos. Los virus del tipo “Tempest” estudian todo aquello que ocurre en la pantalla de un ordenador, de un smartphone o una tableta en tiempo real.

Los virus del tipo “Caballo de Troya” ponen a las órdenes de aquel que los ha infectado los aparatos conectados (y también todo el sistema). No solamente permiten observar todas las operaciones, sino también manipularlas: modificar los archivos y cambiar las aplicaciones. Se trata de un control remoto absoluto. Y finalmente, las “Bombas lógicas” se introducen secretamente en el hardware o el software de los aparatos electrónicos, desde la fábrica o en pleno uso, y alteran o destruyen el funcionamiento de un ordenador, una red o un sistema.

Y sólo son cuatro ejemplos. Los más manidos.

¿El Departamento de Defensa norteamericano ordenó uno de esos tipos de ataque contra Irán? Parece que sí. El New York Times y el Washington Post reconocieron tener pruebas. ¿Qué objetivo? No lo sabemos. ¿Qué estropearon? Ni idea. La versión extraoficial habla de destrucción de los sistemas de armas de la Guardia Revolucionaria.

Pero la primera y típica reacción de Trump, agredir de forma convencional, con bombas y misiles inteligentes, indica hasta qué punto él (que es el presidente i comandante en jefe) y todos nosotros desconocemos como nos controlan o nos pueden controlar.

El poder más absoluto de la historia de la humanidad.