Siempre me ha llamado la atención y me ha intrigado la conducta del Dictyostelium. Se trata de una ameba muy primitiva, que probablemente dio el paso desde las células únicas que poblaban la Tierra a las células colaboradoras, las cuales antecedieron los animales pluricelulares. De esto hace unos mil millones de años.
En aquella época, ya hacía un tiempo que las células habían evolucionado desde las procariotas (sin núcleo) a las eucariotas con núcleo, membrana protectora y orgánulos diversos. Las procariotas habían aparecido quizás hace 3.800 millones de años y las eucariotas hace 2.000 millones de años.
Así que hace 1.000 millones de años, miles de millones de células (procariotas y eucariotas) pululaban por las aguas y vivían de forma independiente, aunque, para decirlo de alguna manera, en manadas. Probablemente habían establecido alguna forma de intercambio de información. Ve a saber.
El Dictyostelium dio un paso más adelante. Unos miles de células individuales se reunieron y colaboraron para buscar alimento, generalmente bacterias, es decir, células procariotas.
Los Dictyostelium todavía existen. En unos casos se zampan las bacterias, y en otras colaboran con ellas. Cuando las células autónomas sienten carencia nutricional y necesidad de comer, forman un tipo de babosa que se desplaza al unísono. Recurren juntas largas distancias y se reparten los roles. Son mucho más eficientes. Multiplican su capacidad de obtener información sobre el medio exterior. Después, si se tercia, vuelven a separarse.
Aquellas primeras etapas colaborativas derivaron en los primeros seres pluricelulares, compuestos por células plenamente diferenciadas y especializadas. La especialización requiere, para ser eficiente, un intenso intercambio de información. Cada célula sabe su papel dentro del organismo pluricelular.
Los seres humanos, por ejemplo, son complejísimos sistemas de información. Cada célula conoce cuáles son sus límites. Las células que componen los ojos fabrican ojos. A ninguna se le acude formar, por ejemplo, un hígado. Y hacen dos ojos. Ni uno ni tres. Y estos ojos humanos (no de murciélago que captan la luz ultravioleta) establecen conexiones con una o varias zonas el cerebro, no con el dedo gordo del pie. Y las células del cerebro (neuronas) disgregan y reestructuran las imágenes que reciben, las comparan, las interpretan y algunas las almacenan en la memoria. Y esta función se realiza en milisegundos, de forma que nosotros tenemos la sensación que vemos en tiempo real.
Cuando las células especializadas pierden el control, van más allá de aquello que tienen programado y crecen de forma desordenada, forman un tumor. Y a esto le solemos llamar cáncer. El Dictyostelium se usa, en algunos casos, para estudiar la evolución del cáncer. El proceso de colaboración y especialización es casi milagroso, y nos permite mirar al Dictyostelium con admiración y agradecimiento. Él, o algunos metazoos como él, iniciaron el camino hacia la complejidad de la vida. Como nuestros ojos.